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PBRO. EUGENIO PONCE DE LEÓN MURILLO

 

 

“Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi” (Gal. 2, 20)
Esta convicción Paulina se proyecta también en la vida espiritual, familiar, ministerial, eclesial y social del P. Eugenio.
            Él resumió el lema paulino en sólo tres palabras y las puso como el corazón de su corazón y la vida de su vida: “CRISTO EN MÍ”.
            Esta presencia de Cristo en Él, que expresa el encuentro íntimo, continuo y profundo de quien es el todo de su todo: Cristo, el Ungido, el Enviado, el Mesías, Salvador, el Hijo de Dios. Dios mismo revelado, creído, amado, celebrado, predicado y testimoniado. El Kirios, Señor y dueño pero al mismo tiempo, profundo y cercanamente amigo y compañero de camino, fuerza inspiradora, creadora, motora de las diversas dimensiones del ser humano: cognitiva, afectiva, espiritual y somática que según la expresión de Jesús al hacer ante el escriba una interpretación del “Shemá”, texto clásico para los judíos del Antiguo Testamento (Dt. 6, 4-6) son las potencias del amor. Habrá que amar a Dios, al prójimo, a sí mismo con y desde esas cuatro dimensiones con toda la mente, con todas las fuerzas, con todo el corazón y con toda el alma. En realidad se completan cinco dimensiones, pues es obvia la relacional del creyente consigo mismo, con los demás y con Dios.
            Para el padre Eugenio, Cristo es la clave de interpretación, la fuerza de acción, la profundidad de su comunicación y la razón de su existir, sufrir, vivir, la meta de su andar, trabajar y amar.
            Dicho con palabras postmodernas, para el padre Eugenio, Cristo es el “chip”, las baterías, el “Hardware”, el “drive”, el “power”, para su vida, para su ministerio y para poder cargar con su pesada humanidad marcada de limitaciones del cuerpo y de las ansías del alma.
            Cristo es antes que todo y después de todo. Es Él el centro, la altura y lo hondo de su vivir, de su optar, de su comportarse y relacionarse.
            Por estas razones la partícula “en” de su divisa no es simplemente una preposición locativa determinante y pasiva sino una encarnación del Verbo, una emanación de Dios, una transubstanciación espiritual de tal envergadura que se convierte en el lugar de Cristo toda su persona.
            Es un esfuerzo sobrehumano de hacer pensar a Cristo en su pensamiento, y desde ahí ver, analizar, priorizar, elegir, proponer, exigir. Se trata de dejar que Cristo ame afectiva y efectivamente desde su afectividad y desde su caridad. Y aunque en su trato sea muchas veces seco, aparentemente sin emoción, él vive y vibra interiormente como un volcán su “Vivir en el mundo sin ser del mundo”, relacionarse sin esclavizarse. Este campo personal invadido y transformado por Cristo no lo hace exitoso en los negocios, sobre todo aquellos del dinero, de la fama o de la popularidad porque su esquema es rígido tratándose de la opción hecha que no cede jamás: prefiere el orden a la complacencia, el principio rector a la convivencia, el deber ser a una existencia sin timón, sin orden, sin principio, sin valor.
“Mí” es la tercera palabra del programa, es un pronombre personal en ablativo, espacio personal de un creyente que de niño escuchó la voz, abrió el corazón, obedeció al llamado y se puso en marcha. Hoy se cumplen ya setenta años de este espacio abierto a Cristo, de la disposición de la mente y el corazón, el alma, el cuerpo, la razón y la relación han sido cristificados, evangelizados, transfigurados, transformados.
            El P. Eugenio ha sabido y ha querido ser cada vez más, cada vez mejor, receptáculo de gracia: vasija de barro, vaso quebradizo, sí, pero dispuesto a llevar muy dentro el tesoro de la vida de Cristo vivo que llamamos gracia.
            “En mí” es el yo que se relaciona con el tú de Cristo Dios, es el otro término de la relación discipular, es el amado a quien pudiéramos aplicar las palabras del Padre de Jesús: “Este es mi hijo muy amado”. Así es porque “Cristo en Él”, en el padre Eugenio, lo ha ido haciendo suyo, y Cristo lo ha ido haciendo parte suya. Ojalá algún día no muy lejano el padre Eugenio pueda decir como San Pablo “Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). “Para mí la vida es Cristo” (Fil. 1,21).
            El valor, el amor, la alegría y el tesoro de Cristo ha echado raíces en el P. Eugenio. Está por dentro, muy dentro y desde allá se muestra. Quien no sabe ver, comprender, aceptar y amar al P. Eugenio desde dentro, no lo podrá ni ver, ni entender, ni gustar desde fuera. Quien solo se queda con su gesto, sus exigencias inquebrantables de orden, de disciplina y de coherencia, nunca llegará a conocerlo, aceptarlo y amarlo.
            Para encontrarse con el Cristo que ha encarnado en Eugenio es necesario escarbar profundo para encontrar la fuente de sus tensiones, ilusiones, de sus dimensiones y emociones. No basta verlo, contemplarlo, conocerlo desde fuera, de su exterioridad. No todos reflejamos de la misma manera lo que vivifica dentro o mejor dicho lo que nos hace vivir desde adentro.
Aparecida nos afirma que “La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la existencia humana “en su dimensión personal, familiar, social y cultural”. Para ello, hace falta entrar en un proceso de cambio que transfigure los variados aspectos de la propia vida. Sólo así, será posible percibir que Jesucristo es nuestro Salvador en todos los sentidos de la palabra. Sólo así manifestaremos que la vida en Cristo es sana, fortalece y humaniza. Porque “Él es el Viviente, que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta”. La vida en Cristo incluye la alegría de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir a quien nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de una sexualidad vivida según el evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su amor sincero. Podemos encontrar al Señor en medio de las alegrías de nuestra limitada existencia y, así, brota una gratitud sincera”. N 356
            Eugenio, que significa “bien nacido” dió aquí, en esta casa, sus primeros pasos y descubrió la vida desde este rinconcito del mundo.
            Aquí vivió sus primeras sorpresas, sus primeras alegrías y también sus primeras frustraciones y angustias. Estas paredes, estas puertas y ventanas, este corredor, este pretil, en ese tiempo lleno de macetas: azaleas, malvas, geranios y hortensias, como le gustaba tener a nuestra madre Amparo.
            Cada una de las piedras de este patio, y cada uno de los resistentes adobes de estas paredes y cada una de las rojas tejas de estos techos, fueron y siguen siendo testigos mudos de esta vida que hoy cumple setenta años.
            Por este gran agujero conoció Eugenio el cielo infinito, el caminar caprichoso de las nubes y el asombro estrellado de la noche, la luz diamantina de la luna que plateaba el pasto y los árboles, los surcos y los cerros y el misterioso sol que ahuyentaba las tinieblas y los miedos, los fríos y las lluvias.
            En estas habitaciones durmió sus primeros sueños, aquí le limpió nuestra madre Amparo los primeros mocos y le secó sus primeras lágrimas, como cuando se asustó con un becerro en el corral del fondo. Aquí se asolearon sus pañales y se ordeñaron las bacas para darle leche.
            La familia comenzaba a independizarse. Eran sólo cuatro: mi Padre Roberto que para entonces manejaba el caballo mejor que un automóvil y tocaba o abría la puerta de entrada a la caballeriza con las manos  del caballo, mi madre Amparo, jovencita y hacendosa que se afanaba en poner la casa acogedora, Eugenio y Esperanza, los niños encargados de correr, gritar, jugar, crecer y llenar la casa de alegrías y lágrimas.
Roberto, mi padre: Esbelto, fuerte, valiente y arriesgado; conocedor desde niño de estos lugares y sus alrededores. Diestro para el caballo, la riata, la tienta y el jaripeo. Le tocaron tiempos fáciles y alegres en su primera juventud, amargos y difíciles cuando ya adulto y recién casado se desmoronó el sistema social vigente y con él, la Hacienda y el trabajo. Hubo que salir de Lagunillas y de la protección de los suyos para ir a la gran ciudad, a la modernidad, y encontrarse con que lo que bien sabia hacer se valoraba poco y se remuneraba menos.
María Amparo, mi madre: Mujer hermosa y sencilla, adornada con las virtudes clásicas de una mujer michoacana tradicional, entregada a su familia y a la Iglesia y en ella a la Evangelización como catequista. Allí, en ese quehacer, rodeada de niños y niñas la encontró mi padre y se quedó prendado de ella. Puso su corazón y sus manos para arreglar lo mejor que pudo esta casa donde se fraguó su hogar, un nido de amor y de esperanza donde sus dos primeros hijos Eugenio y Esperanza pudieron afianzar sus primeros pasos, recibir el amor fundante y ser encaminados a la primera educación básica.
            Los años que vivieron aquí fueron pocos, no hasta cinco, y hubieran sido todos en paz si no hubiera sido por una aventura que tuvieron con un alambique que les hizo pasar tragos amargos y que sin duda alguna dejaron huellas en la familia, pero que al fin el Señor lo arregló todo bien.
             Aquí se sentaron las bases del ”único sobreviviente” de aquella joven familia Ponce de León Murillo: Eugenio. Esta es la razón por la que escogimos este lugar tan significativo para reunirnos a festejar al P. Eugenio y valorar el don de la vida que en él está llegando a la plenitud.
            Desde aquí Eugenio iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio, ante Dios y ante los hombres (cfr. Lc. 2, 52).
Luego le siguieron muchos otros lugares y hogares: Lagunillas, Pátzcuaro, Morelia, Angangueo, Labor de Peralta, Ciudad Victoria Tamaulipas, Santiago Undameo al tiempo que desde entonces en el Círculo Vocacional San Pio X, La Curia de Pastoral y Padre Espiritual del Seminario de Santa María de Guadalupe, Tabasco, Durango, Salvatierra, Salamanca, Morelia nuevamente en el Seminario de Santa María de Guadalupe y ahora de momento aquí estamos en el Correo.
Venimos a ponernos los timbres, las estampillas para poder volar a nuestro destinatario y nuestro destino o si se quiere de forma más moderna y más inmediata, venimos a conectarnos desde el Messenger de Eugenio para comunicarse e interactuar con el destinatario de su camino, aquel que le puso su marca “Made of God”, la impronta bautismal en el Bautismo y el chip de fuerza en la Confirmación y la Eucaristía. El orden sacerdotal le ha dado dirección y sentido a la entrega incondicional de su vida. Si, Eugenio está marcado, fue marcado y seguirá estando marcado por el amor de Dios en Jesucristo.
            La vida es muy hermosa pero muy breve. Se va escurriendo como agua entre las manos. Menos mal que el agua lava, refresca y al caer fecunda la tierra. Parece que fue ayer y ya han pasado setenta años. “El tiempo pasa y nos vamos volviendo viejos”. La vida es un suspiro pero todos los siete hijos de Roberto y Amparo les superamos ya en edad. Ellos murieron pronto pero nos dejaron un camino hecho. “Qué presto se va el dolor, como nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”.
            Creo que las palabras de San Pablo a los Filipenses bien pudieran expresar y sintetizar lo que el padre Eugenio podría también decir de su vida en este aniversario importante:
“Todo lo que para mí era ganancia es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, (…) y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos.
No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús.
Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús. Así pues, todos los perfectos tengamos estos sentimientos, y si en algún punto piensan de otra manera que Dios se los aclare también. Por lo demás, desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos adelante.” (Filipenses 3, 8-16)
            De esta manera el lema del Padre Eugenio “Cristo en mí” debiera ser el objetivo emblemático de todos y cada uno de nosotros aunque expresado y actuado según la personalidad de cada quien.
            Gracias P. Eugenio por la vida de “Cristo en ti” que nos has reflejado, comunicado. Gracias por tus setenta años de vida, gracias por tus setenta años de servicio, muchas gracias por tus setenta años de amor.
Quisiera desearte tanto que elegí este poema de Víctor Hugo que bien puede sintetizar nuestros anhelos para ti hoy:
Te deseo primero que ames,
y que amando, también seas amado.
Y que, de no ser así, seas breve en olvidar
y que después de olvidar, no guardes rencores.
Deseo, pues, que no sea así, pero que sí es,
sepas ser sin desesperar.

Te deseo también que tengas amigos,
y que, incluso malos e inconsecuentes
sean valientes y fieles, y que por lo menos
haya uno en quien confiar sin dudar

Y porque la vida es así,
te deseo también que tengas enemigos.
Ni muchos ni pocos, en la medida exacta,
para que, algunas veces, te cuestiones
tus propias certezas. Y que entre ellos,
haya por lo menos uno que sea justo,
para que no te sientas demasiado seguro

Te deseo además que seas útil,
más no insustituible.
Y que en los momentos malos,
cuando no quede más nada,
esa utilidad sea suficiente
para mantenerte en pie.

Igualmente, te deseo que seas tolerante,
no con los que se equivocan poco,
porque eso es fácil, sino con los que
se equivocan mucho e irremediablemente,
y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
sirvas de ejemplo a otros.

Te deseo que siendo joven no
madures demasiado de prisa,
y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer
y su dolor y es necesario dejar
que fluyan entre nosotros.

Te deseo de paso que seas triste.
No todo el año, sino apenas un día.
Pero que en ese día descubras
que la risa diaria es buena, que la risa
habitual es sosa y la risa constante es malsana.

Te deseo que descubras,
con urgencia máxima, por encima
y a pesar de todo, que existen,
y que te rodean, seres oprimidos,
tratados con injusticia y personas infelices.

Te deseo que acaricies un perro,
alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero
erguir triunfante su canto matinal,
porque de esta manera,
sentirás bien por nada.

Deseo también que plantes una semilla,
por más minúscula que sea, y la
acompañes en su crecimiento,
para que descubras de cuantas vidas
está hecho un árbol.

Te deseo, además, que tengas dinero,
porque es necesario ser práctico,
Y que por lo menos una vez
por año pongas algo de ese dinero
frente a ti y digas: "Esto es mío".
sólo para que quede claro
quién es el dueño de quién.

Te deseo también que ninguno
de tus defectos muera, pero que si
muere alguno, puedas llorar
sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.

Si todas estas cosas llegaran a pasar,
no tengo más nada que desearte.
 
 
¡Ad multos annos vivas!
 
 
Pbro. Mtro.Rubén Ponce de León Murillo
El Correo, Michoacán Sábado 5 de Julio de 2008

 

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